¿A Dios no le importa?
¿Por qué al conductor borracho no le pasa nada, mientras que la víctima, sobria, queda gravemente herida? ¿Por qué los malos prosperan y los buenos sufren? ¿Cuántas veces te preguntaste: ¿A Dios no le importa?, tras experimentar situaciones que te generaron mucha confusión?
El poder de la gente
Un hombre estaba subiendo a un tren en Perth, Australia, cuando resbaló y la pierna le quedó atrapada en el espacio entre el vagón y la plataforma de la estación. Decenas de personas se acercaron rápidamente para ayudarlo. Con todas sus fuerzas, empujaron el vagón hacia el costado, ¡y el hombre fue liberado! En una entrevista, el vocero del servicio ferroviario declaró: «De algún modo, todos participaron. Fue el poder de la gente que salvó a alguien de un posible daño grave».
¡Otra vez!
Mientras leía el mensaje en mi teléfono, empezó a subirme la temperatura y me hervía la sangre. Estaba a punto de responder con otro mensaje desagradable, cuando una voz interior me dijo que me calmara y que contestara al día siguiente. Después de dormir bien, el tema que me había molestado tanto parecía una tontería. Había reaccionado en forma desmedida porque no quería dar prioridad a las necesidades de otra persona. No estaba dispuesta a incomodarme para ayudar a alguien.
Personas comunes y corrientes
Gedeón era una persona común y corriente. Su historia, registrada en Jueces 6, me resulta inspiradora. Era agricultor, y, además, tímido. Cuando Dios lo llamó para que libertara a Israel de los madianitas, su primera reacción fue: «¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre» (Jueces 6:15). El Señor le prometió estar con él y capacitarlo para llevar a cabo lo que se le había pedido que hiciera (v. 16). La obediencia de Gedeón le devolvió la victoria a su pueblo, y lo colocó en la lista de los héroes de la fe (Hebreos 11:32).
Mi Padre está conmigo
Una amiga que luchaba contra la soledad, escribió en su muro de Facebook: «No es que me sienta sola por no tener amigos. Tengo muchos. Sé que cuento con personas que pueden sostenerme, animarme, hablar conmigo, interesarse en mis cosas y pensar en mí, pero no pueden estar conmigo todo el tiempo y para todo».
Cuenta tu historia
A Michael Dinsmore, ex preso y relativamente nuevo creyente en Cristo, le pidieron que diera su testimonio en una cárcel. Después de hablar, algunos presos se le acercaron y dijeron: «¡Fue la reunión más emocionante que hemos tenido!». Michael se asombró de que Dios pudiera usar su sencilla historia.
Un padre que corre
Todos los días, un padre estiraba su cuello para mirar a lo lejos, esperando que su hijo volviera, pero todas las noches se iba a la cama decepcionado. Sin embargo, un día, apareció un puntito: una silueta solitaria se recortaba en el cielo rojizo. ¿Será mi hijo?, se preguntó. Luego, distinguió el andar conocido. ¡Sí, es él!
Todo tiene su tiempo
Si eres como yo, a veces te cuesta decir que no a una nueva responsabilidad; en especial, si es por una buena causa y se relaciona directamente con ayudar a los demás. Podemos tener buenas razones para seleccionar con cuidado nuestras prioridades. Sin embargo, a veces, al no acceder a asumir más responsabilidad, podemos sentirnos culpables o pensar que, de alguna manera, fallamos en nuestro andar de fe.
Proverbios chinos
Es común oír proverbios chinos, y, a menudo, estos surgen de alguna historia. Por ejemplo: «estirar las plantitas para que crezcan más rápido» alude a un hombre impaciente de la Dinastía Song, quien estaba ansioso por ver que sus plantas de arroz crecieran más rápido. Este hombre pensó: Voy a estirar cada planta algunos centímetros hacia arriba. Después de un día de trabajo tedioso, recorrió el arrozal para ver qué había pasado. Estaba contento porque parecía que «estaban más altas»… pero la alegría le duró poco. Al día siguiente, las plantas habían empezado a marchitarse porque sus raíces ya no tenían suficiente profundidad.
Se cierra la puerta
Pip, pip, pip, pip… el sonido de advertencia y las luces intermitentes avisaban a los pasajeros que las puertas del tren iban a cerrarse. No obstante, algunas personas que llegaban atrasadas corrieron por la plataforma para intentar subir. La puerta se cerró y apretó a una de ellas. Menos mal que se volvió a abrir y que el pasajero subió sin lastimarse. Me pregunté por qué la gente se arriesga tanto, cuando el próximo tren llegaría en solo cuatro minutos.